Concurso de relatos
Aquí os dejamos los relatos del " I Concurso de Relatos LABOR ". Esperemos que os gusten!! Muchas gracias Pepi Montiel por la motivación y por la sesión de hoy.
PRIMER PREMIO
¿UN CAFÉ?
Jesús Pérez Llorca
Estamos camino de una nueva
vida, atrás quedan los buenos momentos, las risas, las largas noches de verano,
y los fríos días de invierno en aquella casa, la cual me encantaba, pero por
desgracia, o según mi madre, por suerte, nos mudamos a otro sitio, en parte un
trocito de mí se había quedado allí, con la parte que se viene conmigo
intentare hacer lo mejor que pueda.
Es mi padre el que conduce
nuestro coche, aunque yo tenía la edad aún no tenía el carnet de conducir, mi
madre pensaba que una chica con la mente tan loca como yo podría ser muy
peligrosa, y es gracioso, pero en parte tiene razón, mi carácter es muy
compulsivo, tengo el impulso de querer vivir mi vida lo más alocadamente
posible, no me va lo simple, no estoy en este mundo para pasar desapercibida,
siempre quiero dejar huella.
El camino se me estaba
haciendo demasiado pesado, y más aún con Rodrigo, el pequeño de la casa, en el
asiento de al lado, sin parar de gritar desesperado, preguntando cuanto queda y
con la música de un video que estaba mirando en su tablet a todo volumen, no
entiendo como mis padres no se molestan con tanto jaleo, puede ser que los
hubiera entrenado yo cuando era pequeña, ya que me han contado que era
muchísimo más pesadita que mi hermano, creo que será un alivio para ellos ver
que a mis 20 años de edad ya voy asentando la cabeza y empiezo a tener más o
menos claros mis objetivos en la vida.
Soy una chica realmente
feliz, aunque ahora un poco menos por dejar atrás a todas mis amistades, pero
espero poder llevarlo bien y seguir en contacto con ellos desde la distancia,
tengo el pelo moreno, los ojos oscuros, y no mido más de metro y medio,
básicamente soy lo que los chicos llaman una chica del montón, solo unos pocos
privilegiados han podido comprobar que tengo un corazón más grande que el de
muchas personas que lo aparentan.
Tras casi cuatro horas de
viaje alzo la mirada y me doy cuenta de que habíamos llegado a nuestro destino,
nuestro nuevo hogar, y a primera vista no estaba tan mal, me bajé del coche
colocándome mis gafas de sol negras y dirigiéndome al maletero a recoger mi
pesada maleta azul.
Mi padre estaba eufórico y
compartía sonrisas con mi madre, yo no estaba tan contenta cuando me acordé de
que me había alejado de todo lo que me hacía feliz. Una vez dentro de la casa dejé
mis cosas sobre la primera mesa que encontré, me coloqué mis auriculares
blancos y azules y cogí camino hacia la puerta, mi madre me preguntó dónde iba,
mi respuesta fue clara y seca, necesitaba salir a despejarme y poder así
inspeccionar la zona.
Tras caminar unos veinte
minutos aproximadamente, viendo solo casas y más casas, algún que otro parque
en el que había niños jugando y un inmenso descampado, llegue a una calle en la
que me llamó la atención un gran cartel, rojo y blanco, parecía un bar, ¿Por
qué no tomar algo fresco? Pensé, y con las mismas atravesé esa gran puerta para
ver qué se cocía en el interior.
Al entrar, para mi sorpresa,
vi al fondo una zona de recreativos, y delante de mi una gran barra, con luces
de neón de colores, las paredes eran de madera, en el techo había grandes
lámparas de color dorado, los taburetes tenían pelo de colores y luces al igual
que los neones, y en el medio del gran salón estaba expuesta una gran escultura
de hierro de lo que parecía ser un jinete con su respectivo caballo,
“guau", me dije a mi misma sorprendida, pero lo que más me sorprendió fue
que estaba completamente vacío.
Sin aún salir de mi asombro
me dí cuenta de que se abría la puerta que había detrás de la barra, por ella
apareció un chico, alto, moreno, con los ojos oscuros, una barba recortada y
vistiendo una camiseta ajustada con el logo del lugar, la cual hacía que se le
marcaran casi todos los músculos de su cuerpo, en su mano portaba una taza y
parecía que la estaba terminando de secar, no me había pasado nunca, y me daba
miedo, pero creo que me acababa de enamorar a primera vista.
Mientras lo observaba con
cara de tonta, el sonrió tímidamente y me hizo un gesto con la mano para que me
acercara, hice lo propio lentamente y nerviosa, y cuando estaba a punto de
llegar me pregunta:
-¿eres nueva por aquí?-
-No, acabo de llegar, me he
mudado con mi familia a una casa que hay a un par de manzanas de aquí- le
respondí casi tartamudeando.
-Espero que te guste el
sitio, ¿Un café?- Asentí tímida con la cabeza y le dije como quería el café, mientras
se daba la vuelta para empezar a prepararlo.
Una vez que me lo había
servido no podía parar de mirarlo, necesitaba tenerlo cerca y saber más de él,
saberlo todo. Intente tardar lo máximo posible para no salir del
establecimiento, mientras lo veía correr de una mesa hacia otra sirviendo a los
allí presentes.
Para desgracia mía ya era
hora de irse, levanté la mano haciéndole el gesto de que quería que me diera la
cuenta, él se dio cuenta y salió disparado hacia la cocina, tardó unos 3
minutos que a mi se me hicieron demasiado cortos, se acercó a mi mesa y dejó
una pequeña bandeja que tenía encima un pequeño papel, cuando lo cogí para
mirarlo me doy cuenta de que eso no era la cuenta, si no algo que había escrito
el mismo a boli negro, decía “Por ser la primera vez invita la casa. Puedo ser
tu guía durante un tiempo si quieres, te enseñaré los lugares más bonitos de la
ciudad. Te dejo mi teléfono por si te animas".
No sabía que hacer ni que
decir, ni que sentir, ni siquiera donde mirar, me ruboricé, debería ser un
tomate con patas en ese momento, no cabía en mi misma de los nervios y del
entusiasmo que me había producido esa situación.
Pasaron unos días y pensé
que sería buena opción lo que aquel chico me propuso, que por cierto no me había
dicho su nombre, tras añadir su número a mis contactos, le escribí un mensaje
preguntándole si le vendría quedar bien esa tarde-noche, a los 6-7 minutos
recibí una respuesta, para mi agrado fue positiva y esa tarde pudimos vernos.
Todo iba perfecto, fuimos a
un banco de un gran y bonito jardín, el cual estaba repleto de pajaritos y muchísimas
flores de todos los tipos, parecía de fantasía. Me dijo que su nombre era Lucas,
que tenía 23 años y que su mayor afición era la música, en sus ratos libres le
gustaba escribir sus pensamientos para reflexionar, hacia poco que se
independizó de sus padres y por eso estaba trabajando de camarero, me abrió su
corazón y yo también hice lo propio.
Estuvimos quedando durante meses, teníamos una bonita relación, en todos los aspectos, compartíamos risas,
momentos, aficiones, básicamente casi todo, jamás había estado tan enamorada de
alguien como lo estaba de él. Un día estando en casa reflexionando sobre como
había comenzado todo, me quedé durmiendo en el sofá, mientras el veía la tele,
pero misteriosamente a la mañana siguiente desperté en mi cama, y estaba sola.
Bajé corriendo al salón,
donde estaba mi madre, preocupada le pregunté dónde estaba Lucas, me miró como
si yo fuera una loca y me dijo que no sabia de lo que le estaba hablando, que acabábamos
de llegar y lo primero que yo había hecho era acostarme en mi nueva habitación,
no podía salir de mi gran asombro, no quería creer que todo aquello había sido
un sueño, que decepción, mi corazón se hizo pedazos por momentos.
Eché a correr hasta llegar
al bar de lo que supuestamente fue un sueño, espero que todo esto no sea una
broma pesada de mi madre, pensé, al llegar entré corriendo y todo era como en
el supuesto sueño, seguía pensando que todo esto era una broma de mal gusto y
que Lucas se habría ido a casa por alguna razón que desconocía.
Visualice rápido todo el
establecimiento, y al final de la gran barra puede ver a un hombre, de unos 50
años, con el pelo canoso, gafas, y una gran panza cubierta por un delantal
manchado por algún líquido, me quede en shock.
Veo que me ha visto, y me
grita: Niña, ¿Un café?
Comienzo a reírme casi a
carcajadas, y aquel hombre me miró como me estaba mirando últimamente todo el
mundo, con cara de loca, al final me lo acabaría creyendo. Joder, todo había
sido un sueño, un maldito sueño, pero que se le va a hacer, ojalá algún día tuviera
una historia como aquella, pero claro, los sueños… sueños son.
SEGUNDO PREMIO:
CORAZÓN EN GUERRA
María Alarcón Aznár
Era un día cualquiera, para ser
exactos, 1 de septiembre de 1939. Nunca imaginé que me podía marcar tanto una
fecha como lo fue aquella y, a pesar de haber pasado tantos años, todavía
recuerdo ese día como si hubiera sido ayer. Aún, puedo sentir el vendaval que
hacía y aquella lluvia que caía de forma tan violenta, la cual precipitaba desde
esas nubes grises de aquel cielo tan apagado por el humo que dejaban los explosivos
y la pólvora que aquella gente iba dejando a su paso.
Ese día comenzó como uno cualquiera,
tranquilo y con los vecinos discutiendo desde bien temprano, lo que provocó que
mi hijo Izan de 9 años se despertase a las 7 de la mañana, casualmente, a la
misma hora a la que su padre se iba a trabajar todos los días. Mientras mi
marido se preparaba con prisas para ir a trabajar, yo hice dormir otra vez al
pequeño y me dirigí rápidamente hacia mi esposo para despedirme, el cual ya
había salido por la puerta.
Tras realizar gran parte de las
tareas del hogar me dispuse a despertar a Izan, pues se tenía que preparar para
su primer día de colegio. Tenía tantas ganas de aprender y de que llegara su primer día de clase que estaba
listo diez minutos antes que yo. Deseaba tanto ser como su padre que siempre me
decía: “de mayor quiero ser el mejor abogado del mundo como papá”.
Poco después de salir de casa para ir a la escuela vimos
varios tanques, lo cual me sorprendió y a la vez me alarmó. Al poco rato, aún
de camino al colegio, dichos vehículos empezaron a transmitir una orden repetidas
veces a través de megafonía y acompañado de una fuerte sirena, el cual era:
“por favor, diríjanse a vuestros hogares, coged reservas de comida y vuestras pertenencias
más valiosas y, seguidamente, salgan de la ciudad”.
Lo primero que hice fue coger en
brazos a mi hijo e ir corriendo a casa. Al llegar, mientras preparaba todo lo
que dijeron los militares, lloraba por no poder comunicarme con su padre para explicarle
lo que había ocurrido y que se viniera con nosotros para salir de la ciudad e
ir a un refugio. El pequeño Izan, tan dulce e inocente, me preguntaba porqué
lloraba y yo, con la mirada llena de temor y a la vez de ternura por él, le
respondí: “es hora de hacer un pequeño viaje hijo, más adelante podrás ir a tu
primer día de clase y ser el mejor abogado del mundo como papá. Te lo prometo”.
Acto seguido, me dio un abrazo y me empezó a ayudar a preparar todas las cosas
para la evacuación.
A las dos horas, aproximadamente, se
empezó a escuchar bombardeos desde lo lejos. Parecía que todo estaba ocurriendo
en mi misma calle y, a los minutos, así fue. Al ver que no aparecía mi esposo,
tuve que salir corriendo con Izan sin poder ver casi por tener los ojos encharcados
de lágrimas, a lo que se le sumaba la humareda que ya se había creado.
Huyendo por las calles, me torcí un
tobillo y me caí con mi hijo en brazos. Tuvimos que hacer un pequeño descanso
aunque no quisiera y nos sentamos en el bordillo de un callejón muy estrecho.
Al rato, un hombre se adentró en él y se puso a hablarnos.
Tras quitarme las lágrimas de los
ojos y, a la vez limpiarme la cara llena de cenizas, reconoció quien era y
sabía quien era mi marido. Mientras se quitaba la boina con delicadeza, me
comunicó lo siguiente: “es usted la esposa de Diego, verdad? Yo era un
compañero suyo en el bufete. Lamento mucho ser yo quien le de esta noticia,
pero su esposo ha sido tiroteado mientras iba de camino a casa”.
Al oír esas palabras, me lancé
desolada a los brazos de aquel hombre y
empecé a llorar más aún, a lo que se unió mi hijo tras decirle que papá que no
iba a estar más con nosotros. Más adelante, volvimos a escuchar otra vez los
bombardeos de cerca y empezamos a huir de nuevo de la ciudad en compañía del que
fue compañero de Diego.
Después de estar horas escapando de
las zonas bombardeadas, conseguimos llegar al punto de encuentro donde se hacía
el reparto de familias por vehículos aleatoriamente, por lo que agarré fuerte a
Izan para que no me separasen de él. Al poco tiempo, se escuchó bombardeos cerca
del refugio, lo que alteró a la gente que había allí. Comenzaron a subir rápidamente
a los coches de forma agresiva para salir de aquel sitio hasta el punto en el
que Izan se cayó y lo perdí de vista por completo.
Gritaba su nombre hasta el punto de
desgarrarme la voz y, al girarme, vi que lo estaban subiendo a un coche para la
evacuación. A Izan le faltaban pulmones para llamarme mientras se le desbordaban
los ojos de lágrimas y empecé a correr, abriéndome paso a codazos para llegar a
él. En ese momento, recibí un golpe fuerte en la cabeza y acabé por
desvanecerme.
Al despertar, me vi subida en un coche
donde no conocía a nadie. Gritando de forma destrozada y alocada el nombre de
mi hijo, me intentaron calmar pero no lo consiguieron. Pasé alrededor de una
semana en ese coche sin tomar apenas una gota de agua ni alimento alguno, sin
ganas de relacionarme si quiera con la demás gente. Recién llegada a otra
ciudad me tuvieron que llevar al hospital. Estuve un mes y medio ingresada por
falta de nutrición e hidratación y, a su vez, recibí apoyo psicológico.
Conforme pasaban los días, seguía sin
explicarme como lo había perdido todo en tan sólo un día. Seguía en shock.
A día de hoy, sigo recordando aquella
mañana; aquel último beso de despedida que nunca me pudo dar Diego y aquel
primer día de clase de Izan que no pude vivir con él.
1 de septiembre de 1939, un día para recordar.
TERCER PREMIO:
HISTORIA DE UN HOMBRE EN BUSCA DE SU FELICIDAD
Vicente López Moreno
En Los
Ángeles, California, vivía un hombre que tenía mucho dinero. Se llamaba Pedro y
tenía 30 años de edad, no era un hombre de buen carácter, sino que era una
persona muy egoísta y solitaria. Vivía en una gran mansión, herencia de sus
padres, también heredó un patrimonio de treinta millones. No le faltaba nada
material pero, a pesar de ello, sentía un gran vacío en su corazón, y esa vida
llena de lujos no le llenaba lo suficiente.
Un
día fue a un concesionario de coches de lujo y compró el más caro que
tenían. Dedicó el tiempo a modificar el
coche a su gusto, pero a los pocos meses se cansó de él y continuó sin poder
llenar su vacío.
Estando
en su lujosa cama, mirando su enorme techo decidió invertir su dinero en
comprar un gran avión privado, comenzó a viajar por todo el mundo para
descubrir el modo de vida de otras culturas y encontró a muchas familias que, a
pesar de su pobreza, vivían felices. Al ver aquello, reflexionó acerca de sus
vivencias y valores, cambiando así su forma de pensar.
Pasaron
varios días y conoció a un grupo de niños huérfanos que estaban en las calles
pasando hambre y frío, y hablando con ellos descubrió que tenían un gran
corazón, lo que le hizo pensar en comprar un complejo de apartamentos para
crear una asociación que se encargase de acoger a niños huérfanos y a familias necesitadas, lo que cambió su
forma de pensar.
Tras
realizar esa acción empezó a sentirse feliz y realizado, llenando así ese gran
vacío que siempre había sentido en su corazón, lo que le incitó y animó a
seguir comprando albergues para que a ninguna familia le faltase nada, también
proporcionó varias aulas donde podrían estudiar para tener una oportunidad en
la vida.
Viajo
a otras ciudades y adentrándose en las montañas descubrió aldeas de personas
que por creer en Jesucristo tenían que vivir escondidas, ya que eran
perseguidos por guerrilleros que estaban en contra de sus creencias en La Biblia,
porque estaba prohibido predicar el evangelio.
Al
conocer a estas personas, Pedro también los ayudó construyendo refugios con
provisiones de alimentos y medicinas. Estas personas recibieron a Pedro como un
enviado de Dios.
Pedro
tuvo la idea de llevar a estas personas a un país donde estas creencias eran
respetadas y había libertad de expresión. Realizando esta acción Pedro gastó
todo su patrimonio comprando varios aviones, tras varios viajes todo iba
perfecto hasta que cuando iba a realizar el último viaje se vio acorralado por
una emboscada, con el avión completo de las últimas personas que quedaban él
decidió esconderse atrayendo así a los que los perseguían.
El
avión partió sin problemas gracias al gran sacrificio que hizo Pedro, salvando
así a todas las personas. Al fin y al cabo, ninguna cosa material vale más que
una vida humana.
ACCÉSIT:
LA PESADILLA DE LUNA
Eva María Sánchez Rivas
Comencemos nuestra historia
con una joven de nombre Luna, que tras haber realizado numerosos estudios comenzaba su vida laboral. Primero empezó en
un bar donde las cosas le fueron muy bien, era feliz, trabajaba bien de forma
productiva, empezó su trabajo recogiendo las mesas cuando acababan los clientes,
y cada día que iba al trabajo, veía el mismo local en frente de ese bar, y
soñaba con algún día comprarlo y convertirlo en el mejor restaurante que la
gente hubiera visto jamás.
Comenzó sus ahorros para ese
local, una mañana que iba de camino a su trabajo, un gato negro la seguía de
cerca y maullaba cuando pasaba cerca del local, ella no le dio importancia y se
metió a su trabajo como otra mañana cualquiera. Empezó su día algo torcido y no
dejaba de pensar en ese gato que había visto y que la había seguido, pero
después de un rato, su jefe la llamo al despacho y hablo con ella. Había sido
ascendida a camarera, su sueño empezaba a cumplirse poco a poco. Empezó su
nueva jornada como camarera, tomando comandas y llevándolas a la barra hasta
que acabo su jornal. Salió del bar y de nuevo vio al gato, pero esta vez el
gato estaba en la puerta de ese viejo local, y la chica no pudo evitar la
curiosidad de meterse por una ventana rota. Siguió al gato por el viejo local,
os aseguro que lo que vio la marco durante toda la noche, sombras se alzaban y
desmembraban a otras sombras que parecían humanas, Luna salió corriendo tan
rápido como sus piernas le permitieron, jurándose no volver a ese local, que
una vez deseo tener. Llego a casa con la sangre helada y la cara descompuesta.
A la mañana siguiente, Luna
fue a su trabajo, con la mirada perdida, rostro pálido y asustado, como si la
mismísima muerte la hubiese visitado esa noche, entró, se puso su uniforme y
trato de seguir como si nada hubiese pasado, aunque en lo más profundo de ella,
sabía lo que había vivido aquella noche.
Había pasado gran parte de
la mañana cuando decidió ir a hablar con
su jefe respecto a la ocurrido anoche, el jefe claramente no la podía creer,
pero jamás había visto semejante cara asustada y no pudo evitar decir a Luna,
que la acompañaría esa noche al local. Llegaron al local y de momento para el
jefe todo parecía normal, un viejo local con muchos años de abandono encima,
pero al cabo del rato, Luna sintió algo y se lo comunicó a su jefe, este no se lo
creía hasta que vio acercarse algo grande. Era algo vestido de blanco, como si
fuese un chef, pero no pertenecía a este mundo, eso estaba claro. Pues aquello
que se acercaba, parecía muerto y sin alma, caminaba lento pero aterrador, se
fue acercando más y más al jefe y este
se quedó en estado de shock, no podía moverse, pero para cuando quiso hacerlo
era tarde, pues su sangre bañaba el suelo. Luna grito de espanto y su corazón no pudo
soportar lo que esta vez sus ojos presenciaron, la muerte de su jefe.
Por la mañana algunos de los
compañeros fueron en su busca, por suerte para ella, el jefe advirtió de adonde
iría por la noche y pudieron encontrarla, sacaron a Luna con ayuda de la
policía y bomberos, y la llevaron a casa, un compañero se quedó junto a ella
hasta que despertó y pudo contarle lo que vieron, ella no quería creerlo, había
arrastrado a las garras de la muerte a su jefe.
Paso un año desde que Luna
contemplo, vivió y sufrió todo esto, el bar lo llevo un familiar del jefe, la
chica nunca imagino que aquello que vivió pronto se repetiría, pero de forma
inesperada claro. A la mañana siguiente se contaba en boca de todos que el
familiar del antiguo jefe, había aparecido muerto en las mismas condiciones que
su hermano, nadie podía entenderlo, nadie podía creerse que algo así se
repitiera. Acusada de asesinato Luna fue llevada a juicio, aunque tras semanas
posteriores y testigos, se descubrió que Luna no fue culpable y se retiraron
todos los cargos contra ella.
Aun con miedo, otro familiar
tomo el mando del local, esta vez la madre del jefe, Luna deseaba que nada malo
le pasara, pues era una mujer mayor y la pobre estaba débil, a duras penas se
tenía en pie, sin embargo una mañana la mujer se acercó a la chica y al oído le
dijo: estamos cayendo por tu culpa, tu provocas esto de forma indirecta, lo
deseas y algo ajeno a este mundo te escucha y actúa, Luna.
La mujer sin decir nada más,
entrego a Luna papeles y llaves del local y desapareció como si ella nunca
hubiese sido de este mundo. Luna cogió todo con algo de miedo, pues aunque
había vivido mucho, aun no estaba acostumbrada a estas cosas, se acercó a sus
empleados, los cuales una vez fueron sus compañeros y empezó a poner orden y a
llevar el local, como había sido su sueño desde un principio.
ACCÉSIT:
EL FANTASMA DE ESPARTA
Juan José Alcaraz Campillo
Eran
tiempos oscuros para una pequeña ciudad, de apenas dos mil habitantes. La gente
estaba triste, ¡tenían miedo!, se había perdido toda la esperanza y muchas
vidas humanas. Sobre todo de jóvenes que defendían la ciudad, habían fallecido,
¡luchando!, no por solo la libertad y el derecho de sus gentes. Si no por un
futuro donde esa ciudad fuese la más poderosa, pero claro quien iba a poder
pensar en ese futuro con, familias destrozadas, huérfanos, casas derruidas y
escasez de alimentos. Incluso algunos
ciudadanos se habían visto abocados a saquear los víveres de la ciudad,
llegando a la escasez absoluta.
Una
devastadora guerra había mermado la ciudad en apenas unos meses. Todo provocado
por el interés de unos bárbaros que querían
saquear ciudades y pueblos por diversión propia, exprimiéndolos hasta dejarles
sin recursos. Eran personas que no
reparaban en hacer daño, de aspecto robusto y carácter maligno. Veteranos del
arte de la guerra.
Tras
esa situación la ciudad, contrato a un ejército de mercenarios dirigido por
Plistarco, que para su ayuda y defensa
acamparon a las afueras de las murallas medio derruidas, la ciudad
estaba ofreciendo su ayuda con soldados locales y repeliendo el ataque de esos
enemigos, robustos y fuertes, por varios días sin descanso alguno, defendiendo
la ciudad de esos barbaros que no descansaban estando en tal apuro,
que ni los propios mercenarios se podrían imaginar, falta de víveres, muertes
civiles y bajas importantes de los mercenarios, hasta enfermedades azotando el
terreno, teniendo que poner en cuarentena a los que estaban enfermos, y a un
encargado capaz de repartir entre todos los pobres ciudadanos la comida.
Por
otra parte, el que repartía la comida se tenía que asegurar de que todos recibían
su parte correspondiente sin que nadie más se llevase más o menos que otros, ya
que eso podría provocar reyertas entre la ciudad y mercenarios. No obstante
algunos querían no solo esa parte que les correspondía, si no más y terminaban
robando parte de la comida que se les entregaba a escondidas. Pero pasaba, que
el que se ocupaba de los víveres tenía controlado esas reparticiones que les
daba a los ciudadanos, y por lo cual siempre acababan pillando a los ladrones,
los pobres infelices que realizaban tal acto, se les aplicaba un castigo de diez
latigazos por joven, anciano, o adulto que fuese, no podían dejar pasar ni una,
sino ¿cómo podrían tomar enserio a ese ejercito?.
Pasaron
días en esta ciudad, los ataques se intensificaban parecía que nunca iba a
acabar, con el tiempo la ciudad se reconstruía, pero algunos seguían teniendo
miedo por la falta de comida, y barbaros que tenían sitiada las afueras, y
Plistarco de los mercenarios tenía que controlar lo que pasaba en su ejército,
porque ya llegaban a tal punto que los propios mercenarios estaban perdiendo
moral, que robaban a su propia gente.
Ya
no podían más, el general Plistarco pidió ayuda a unos aliados enviando a un
mensajero, tardando una semana en volver con la respuesta, en caballo. La
facción de Esparta gran ejército, dirigido por Leónidas, el padre del general
mercenario. Al final cuando volvió el mensajero, Plistarco se llevó una alegría
sorprendente ya que acepto en la ayuda. Por fin iba a volver a ver a su padre
desde hace ya muchos años
En
los años mozos de Plistarco quería aprender a comandar un ejército desde sus
etapas más jóvenes, y aprender a pelear al lado de sus hombres codo con codo,
Leónidas le enseño todo lo que tenía que saber, y aprendió rápido, pronto
Plistarco se fue a reunir un ejército de mercenarios, y a ofrecer servicios de
protección a las ciudades que estaban en peligro con o sin precio. En parte
eran unos mercenarios sin ánimo de lucro.
Volviendo
en el actual acontecimiento, solo faltaban 1 días para que Leónidas y su
ejército viniesen a la ayuda, ya faltaba
poco solo esperar y repeler los ataques barbaros.
Plistarco
les contó a sus camaradas que su padre era el mejor líder que Esparta hubiese
tenido. Siempre les contaba esas batallitas de cuando era un crio y seguía a su
padre en sus aprendizajes, se puso emotivo al contar esas historias, porque ya hacía
tiempo que no veía a su padre.
Terminó
la noche y descansaron un poco por turnos de guardia, al amanecer el vigía de
la torre, dio la alerta de que se acercaba un ejército, que llevando ropajes
rojos se apresuraba a toda velocidad, Plistarco se puso muy feliz al oír tal
noticia.
Pero
cuando se asomó en la torre de vigía no pudo contener el miedo. Lo que vio por
sus ojos no era más ni menos que el Imperio de Roma.
Por
esos momentos de siglo, Roma estaba en plena expansión de terreno, llegando a
ser la potencia más grande de todos los ejércitos conocidos hasta la fecha. Y
como no, el conflicto de barbaros y de la ciudad estaba en medio de esa expansión.
En
cuanto vio al ejército de Roma, se apresuró en poner a todos a la defensiva en
cada posición estratégica para poder retenerlos todo lo posible. Mientras los
barbaros asustados por tal potencia de ataque entre dos bandos se retiraron con
gran rapidez, Roma preparo a sus fuerzas levantando escudos y espadas contra la
ciudad.
Mientras
tanto, en el horizonte se veía por fin al gran ejército de Esparta, por fin
llegó, el hijo de Leónidas, no podía contener más el ánimo, y en cuanto
Leónidas y Plistarco se unieron en un
solo ejército, lucharon con gran fiereza contra Roma. Hubo un intercambio de flechas bastante fuerte
tumbando a muchos soldados, por igual en ambos bandos. En cuanto colisionaron
empezó la lucha cuerpo a cuerpo. Se atacaban y mataban, por igual sin bajada de
moral. En cuanto término tal sangrienta batalla parecía que el ejército de Roma
se retiraba por un tiempo largo.
En
ese entonces Plistarco, no podía contener la emoción de ver a su padre y hablar
los dos juntos por primera vez en tantos años. En cuanto lo fue a buscar, allí
estaba, hablaron los dos con mucha euforia y se contaron todo lo que ocurrió aquí
y en Esparta.
En
cuanto empezaron a hablar. Leónidas le dijo que no iba a estar mucho tiempo y
que se tenía que ir en ese entonces. Por otra parte Plistarco se puso triste,
pero tenía que entenderlo y se despidieron. En cuanto salieron de las carpas
miraron por todas las direcciones y
observaron que había una lluvia de flechas de fuego, siendo una de ellas la causante
de atravesar el corazón de Leónidas.
Su
hijo Plistarco se quedó atónito, no le respondía el cuerpo. Mientras el
ejército de Roma con gran velocidad volvía con otra carga, vio Plistarco como
los soldados de Esparta y sus mercenarios morían uno por uno a toda velocidad,
era un ataque relámpago que nadie se esperó, todo por lo que había luchado se
desvanecía entre sus manos como motas de polvo.
Sin
pensamientos, un soldado de Esparta se llevó a Plistarco en retirada a Esparta,
mientras se retiraban Plistarco podía observar como su padre estaba en medio de
la batalla muerto sin poder haberse despedido de él siquiera. Como todos morían
a manos de la el gran Imperio Romano. Plistarco juró que algún día se vengaría
de Roma fuese como fuese aunque su vida dependiera de ello para vengar a su
padre Leónidas.
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